lunes, 17 de noviembre de 2008

Vida de J

J nació en un hospital de M, pero enseguida se fue a vivir al pueblo de España con más panaderías por habitante: S. Esta localidad, enclavada en la sierra y muy cerca de A, fue la cuna, niñez y adolescencia de nuestro protagonista.
La infancia de J hubiera sido feliz, sino fuera porque se sentía incomprendido: los otros chicos se reían de él porque no quería ser panadero, de hecho, pretendía hacer una carrera. Con el paso de los años, sus vecinos empezaron a creer que le comprendían y pensaban que deseaba seguir estudiando para poder trabajar en la que era para ellos la más grande empresa del mundo: como no me han pagado para hacer publicidad, sólo diré que empieza por “B” y termina por “imbo”. No obstante, él lo negaba y comentaba que lo que deseaba hacer era Historia. La mayor parte de ellos no se creían que existieran tales estudios. Curiosamente, al final J eligió otra carrera: Filología hispánica. Esta vez, sus vecinos ni siquiera conocían el significado de la expresión.
Pero él se armó de valor, cogió sus lembas y realizó un largo viaje de 40 minutos que le llevaría hasta la casa donde vivían su abuela y su hermano, en M. Su primer año de carrera, se puede decir que fue bastante completito: conoció la amistad (correspondida) y el amor (no correspondido). Lo mejor que podemos decir de ella es que era muy clásica y se la daba muy bien el griego.
Los años fueron pasando y siguió haciendo más amistades correspondidas y más amores no correspondidos (valga la rebuznancia). Sus amigos eran tan buenos que hasta le escribirían cuentos; sus amores sin embargo eran todas “p” (polémicas: si es que el caso es pensar mal). Pero él nunca se desanimó del todo, sólo a ratos. Ratos largos eso sí, ratos de horas, y de días, incluso algún rato que otro podía durar meses, pero solo ratos…
El final de su historia está aún por escribirse, quizás cuando él lo quiera, sólo adelantaré que saldrá Ramoncín (¿de dónde?).

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