lunes, 17 de noviembre de 2008

Huele a mañana

Huele a mañana

Huele a mañana, huele a café, a humo de tabaco; a zumo y a cansancio. Es viernes y estoy en una cafetería de un centro comercial cualquiera empapándome de su ambiente, de las presencias y de las ausencias (hace treinta segundos he visto a un falso Papá Noel huir con su donut y su periódico al servicio).

Miro hacia el techo que flota por las tablas de madera que lo sostienen. Juego a adivinar qué estúpido “artista latino” está protagonizando el hortera video-clip que están emitiendo en la tele. No lo adivino y me siento bien siendo ajeno. No obstante, caigo en la cuenta de que he de seguir observando a mi alrededor:

Hace tan sólo unos segundos, justo en el momento en el que tenía que empezar a despertar mis percepciones, Raúl, oportuno sólo cuando quiere, le ha pasado a Ara un Donut de chocolate que ésta ha recibido entre golosa e impaciente. De hecho, ni siquiera recuerdo que una vez en nuestra mesa lo haya ofrecido.

Al fin, retomo mi decisión de observar la barra, ahí encuentro a un chaval joven, de unos dieciocho años con la típica cresta barriobajera. El chico tiene fijada su mirada en la cafetera. Ésta es el objeto de su devoción: la expresión del muchacho era de respeto, miedo y veneración. Tal gesto lo había visto por última vez en el rostro de mi abuela, hace años, cuando rezaba ante una estatua de San Nicolás.

Mi siguiente objeto-sujeto de contemplación es una mujer que lee y que fuma sola. Es curioso porque tengo la sensación de que, al igual que el humo se escapa de sus labios y sus pulmones, las letras de su libro ascienden y bailan en armonía ante sus ojos. Una dulce risa aturde mi dilatada imaginación: es María que me mira y sonríe, como adivinando lo que estaba pensando y, probablemente, dándose cuenta de que no yo era el único observador de la lectriz.

Oigo otras risas lejanas, unas mujeres treintañeras charlan alegre y frívolamente en una mesa junto a la ventana. Creo que son para Getafe, lo que Carrie, Samantha, Miranda y Charlotte fueron para Nueva York.

¡Qué pijas eran esas yankis! Aunque también qué pijo es el hombre joven del jersey rosa que hace daño a la vista que, junto a las barra, mantiene una extraña conversación con otro individuo que tiene delante, con su propio móvil y con una camarera que deduzco que estará intentando adivinar si se está dirigiendo a ella o si va a poder seguir trabajando.

Intentó apurar un último sorbo de mi zumo. No quedaba nada. Tengo más sed.

Tiempo.

No hay comentarios: