viernes, 14 de noviembre de 2008

¡Búscate!

Pasa el tiempo y el zafiro deviene en mar, me escucha y hace que escriba. Mientras, hay quien realiza nuevos descubrimientos de sabores en la mermelada de perlas o me ofrece todo a cambio de nada: y todo porque mil campanas suenan en su corazón. Es lo que tienen ciertos procesos meteorológicos, que a veces ves borreguitos y a veces te ven a ti. Por otra parte, quizás un caballero andante con un pequeño corazón de niño te lo ofrezca. Y en esos momentos no hay nada como redescubrir que en los Apeninos hay mucho más que montañas, que en las rías siempre hay alguien que piensa en ti o que tener nombre de mujer fatal no quiere decir nada. Eso sin olvidar a quien no sólo comparte su música contigo, sino que la hace tuya. Aunque eso no quiere decir que a uno le resulte todo un triunfo volver a hablar del tema anterior y querer quitar los cigarrillos por ello. Eso sí, algún día espero que alguien me cambie tantas fotos por un lienzo. Pero bueno, soy consciente de que aún debo trocar dos evangelios por toda una colección de signos zodiacales. Y es ahí, en el firmamento donde vi dos esmeraldas brasyleñas y, al poco tiempo a dos ángeles que se aman, se inventan y se cuentan a sí mismos. Eso me lo enseñó un rey republicano antes de ponerse a jugar con un amigo común a la rayuela: no se puede ser tan evidente, porque empezamos así y terminamos hablando y escuchando a chipirones en su cinta. El tiempo pasó y no olvido otros zafiros (con armoniosa compañía) que me mostraron que la sangre no mancha, pero sí que acompaña, guía y consuela.

No hay comentarios: